Mientras acercamos al fin de este semestre, di cuenta que una de las cosas más importantes (para mí, por lo menos), ha sido la comida. Si se da la información sobre que comidas que he consumido-y nada más-a una persona, esa persona podría averiguar a cierto punto mucho de no solo mi personalidad, sino la relación entre yo y esta país durante mi visita, un tipo de topografía, si quieras.
Esta entrada, como se puede ver, no es actualmente una entrada muy típica. Pero probaré esta pregunta bien interesante: ¿qué dice la comida que he experimentado sobre mi experiencia en Argentina? No tengo el tiempo para hablar en detalle lleno de todas mis experiencias con la comida, pero pienso sería valer la pena si hablo un poco de algunas experiencias y qué significan en términos de lo que podrían mostrar sobre mi viaje.
Al empieza de mi visita, traté de comer muy argentino. Nuestro primer día, comí un chorripan cerca del cementerio de Recolecta. Fue delicioso, rico, y totalmente insalubre. En Hanover y en donde vivo en Michigan, no hay acceso fácil a esta “comida de la calle”, y entonces para mí fue una experiencia nueva y totalmente deliciosa. Me siento un tipo de libertad, de poder (casi), cuando puedo pedir para algo rápida, sencilla, y indefectiblemente rica. Mi teoría es que la comida de la calle es el Id (Freud) de la comida. Es totalmente primal en su apelación (piense en sus características típicas: grasa, sal, falta de vitaminas y nutrición. En este tipo de comida también hay algo gloriosamente plebeyo.
En Bariloche, yo y Cristián buscaban para almuerzo, pero fuimos limitados por nuestra pobreza. Tristemente caminábamos, pasamos turistas y bien-vestidos locales en restaurantes elegantes que ofrecerían ensaladas y bife de chorizo. Nuestra única opción en ese momento pareciera una miga fría de un kiosco. De repente, vimos humos de una parilla en un parque. ¿Puede ser? Un hombre bajo y negro cocinaba hamburguesas y chorris debajo de una parilla mientras su mujer los vendía a una larga fila de trabajadores de construcción. Una de mis memorias favoritas de este viaje en su conjunto es sentando en ese parque con Cristián comiendo un chorri barato, grande y jugoso, mientras observando con una felicidad nacido de mala leche los perros callejeros que me miraban con envidia.
Con mi familia, la comida fue el eje de nuestras interacciones. Esto quizás parezca un poco triste (que la ubicación de casi todas nuestras interacciones más profundas estuvo en la mesa), pero necesitas recordar la importancia de la comida para mí. Mis conversaciones con mis padres acá, mientras disfrutaba de la buena concina de mi madre (hablo de milanesas, de pasta, de comida sólida y entendés lo que quiero decir con esta palabra), son unas memorias muy lindas.
A través del semestre, mis hábitos de comer solían a tener que ver con más comida, digamos (o diría la Profesora), imperialista. Hablo de McDonald’s, Subway, El Rey de Hamburguesas.
Podemos hablar de algunas preguntas interesantes que tienen que ver con este fenómeno. Primero, el fracaso de asimilación. Con mis compañeros también, el almuerzo no es algo que debe tomar horas de su tiempo. No tenía tiempo después de clase para un almuerzo largo (porque las horas de cancha libre de básquet son limitadas), y por eso necesitaba algo rápido pero abundante al mismo tiempo. Las opciones americanos, como Subway, son ideales.
Un otro pregunta que puedo mencionar es el hecho de que en estes lugares, siempre hay mucha gente. Aunque he visto muchos otros restaurantes casi vacios, nunca es el caso en Subway o McDonald’s. Este significa que son muy populares entre los argentinos también: y en esto podemos ver una ironía del viaje de americanos a un país extraño.
Aunque es nosotros que deben ser más y más asimilados, la cultura y los productos de nuestras empresas, de internacionalización e imperialismo (si quieres), lo hacen así que el mundo está asimilando a nuestros sabores. Y, jaja, ¿quién está diciendo esto? Un hijo de inmigrantes chinos a los E.E.U.U. Qué cosa.
ubicuidad
qué cosa!
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